Allí estaba yo, sentada en un café viendo la hermosa silueta de la torre Eiffel y recordando la película de Sabrina (la versión antigua de Billy Wilder, of course), y pensando en los tópicos de París: el glamour, la bohemia, el romanticismo… ¿Qué tendrían de verdad todas esas palabras que siempre habían rodeado a la ciudad del Sena? Pues toda la verdad. París tiene algo único que se palpa y se siente, desde que uno aterriza en la ciudad. Le puedes llamar “chic”, o puedes decir que tiene clase, lo que está claro es que la ciudad tiene algo especial. Pero comencemos por el principio, recapitulemos:
Elegí París porque soy una urbanícola empedernida. Me encanta viajar y adoro las grandes ciudades. La verdad que son tantos los tópicos que se cuentan de ella, que pensé que la capital de Francia me iba a desilusionar un poquito. ¡Cuan grande era mi error!
París es una ciudad en donde lo moderno y lo antiguo conjugan perfectamente, con cierto aire vintage, exquisito e inspirador. Sólo iba a estar dos días en la ciudad por lo que decidí en mi primer día callejear por sus calles de piedra, visitar las Tullerías (imposible perdérselo), disfrutar de la arquitectura de Notre – Dame (siempre lleno de turistas), pasear por Montmartre, perderme por Ille de la cité y encontrar el Panteón, y dar vueltas por los barrios más bohemios de la ciudad tomándome un croissant para encontrarme de bruces con el Pompidou: moderno, osado, vanguardista, y terminar el día visitando el Louvre.

Me encantan los museos, pero soy de las que prefiero ver sólo un par de cosas. Escojo el ala Sully: saludo a la Venus de Milo y a la Victoria de Samotracia, impactantes, veo a los millones de japoneses arremolinados alrededor de una Mona Lisa que se guarda con recelo y me dirijo a las esculturas africanas para comprobar en su sencillez los secretos que guardan y por qué influyeron de esa manera en los grandes pintores de principios del siglo XX. Finalizo el día visitando el Arco de Triunfo y asombrándome por su presencia, dimensión y belleza.
Al día siguiente me levanto muy temprano pues me encanta ver como el día comienza en una ciudad. Visito Le Marais, un bellísimo barrio lleno de vida, moda, elegancia… (no dejes de pasear por sus tiendas) y aprovecho para visitar el museo Picasso. ¿He dicho ya que es uno de mis artistas preferidos? Callejeo y por la tarde visito el Museo de Orsay: sencillamente espectacular.

Tras tanto museo sigo mi ruta hacia Place Vendôme, disfrutando con los maravillosos escaparates, y es que si algo tiene París es la belleza de sus presentaciones. Oh la la! Totalmente inspirador.
Y ya acabando el día, me dirijo por los Champs de Mars para disfrutar en un típico café parisino de la figura de Eiffel, pensando y prometiéndome que en el futuro tengo que volver a esta hermosa ciudad.